Nunca había sentido algo tan certero como después del concierto de Fillas de Cassandra en la sala Siroco este pasado 11 de noviembre. Y es que inequívocamente es así: la música no entiende de fronteras ni de tiempo, lo es todo. Ya lo decía Nietzsche: es la unión del movimiento y la forma, la expresión absoluta del mundo intuitivo a través de la cual somos individuos pero, al mismo tiempo, formamos parte de un todo. En aquella pequeña sala del centro de Madrid, el público y las Fillas formamos una ACRÓPOLE donde se rindió homenaje a nuestras raíces: las mujeres, la lengua y la música. Fue como presenciar el Nacimiento de la Tragedia, pues a través del mito pusieron en evidencia la necesaria defensa del papel de la mujer en las artes (y en la sociedad por extensión) y de la lengua, reivindicando el uso del gallego más allá de sus tierras. 

Sobre un escenario envuelto en humo, Sara y María se pusieron bajo los focos con el latido de un corazón retumbando en la sala como si fuera el nuestro. Ante la expectación, el público comenzó a corear haciendo evidente el sold out en su primera fecha en Madrid. Abrieron con I. ANTÍGONA, primer tema de su redondo álbum ACRÓPOLE, los primeros versos cantados a unas dos voces que no temblaron ni una nota. Panderetas en mano, sus voces reverberaban sobre una base electrónica haciendo evidente desde el principio el gran talento musical del dúo vigués, que fueron saltando del teclado a la pandereta y a los tambores. “Toda a nosa historia está feita con sangue” sentenciaron y con ellas todo un público que se sabía las letras como si fueran suyas. Pero es que esto es parte de la magia de la música de Fillas de Cassandra, que sus canciones hablan desde una colectividad íntima, que te arropa y te hace partícipe de una narrativa atemporal aunque el imaginario de su primer trabajo esté centrado en la Grecia antigua.

Ante un público mayoritariamente gallego, las Fillas se sintieron como en casa y hablaron con nosotras en su lengua materna. Y es que cómo no iba a ser así cuando la base vital de su música reside en esto mismo, la reivindicación de la cultura popular galaica. Lo dijo María entre canciones, que estamos acostumbradas a escuchar canciones en inglés y a artistas hablarnos en su lengua sin quizá, en ocasiones, entenderlos, pero que cuando se trata de otras como en este caso el gallego, no se siente como lo normal. Y debería ser lo normal.

Fue hipnótico verlas tocar la parte instrumental en III. PANDORA, con María al tambor y Sara con la pandereta, tocados ambos instrumentos con una precisión admirable. La parte a capela del tema quedó arropada por el público que fue enumerando con ellas los siete males que guardaba Pandora en su caja y, así, se formó entre ellas un eco escalofriante cuando repitieron el verso que dice “Non queremos ir nada máis que ata o fondo”. Pero fue cuando se rompió el loop en una armonía cristalina y potente de ambas voces que pensé que no tendría palabras suficientes para describir lo que estaba sintiendo en ese momento. No me equivocaba.

A veces hablar de música es tan difícil como hablar de uno mismo porque puedes hablar de ello en términos objetivos, técnicos, específicos y cuantificables, pero hablar de lo que te hace sentir es muy diferente. Vuelvo a referenciar a Nietzsche, pero es que quizá no haya mejor manera de definir lo que hace la música por nosotros y es que él creía que además de conmovernos, nos eleva y nos enseña el mundo como es, pues la vida es ritmo
y movimiento.
Fillas de Cassandra hicieron todo eso y más aquella noche porque cantamos, bailamos, reímos, gritamos y, sobre todo, nos dimos cuenta de lo necesario
que es exponer la realidad en la que vivimos y llevamos viviendo muchísimo tiempo.
El menosprecio de las mujeres en todos los ámbitos sociales y, en especial, en el artístico
y cultural no es un secreto. Es importantísimo que se le de voz y es digno de aplaudir que María y Sara lo estén haciendo a través de un sonido tan bello y tan suyo. 

Y aunque las letras que componen ACRÓPOLE son crudas y están cargadas de rabia,
el tono de la noche fue festivo y de celebración, y cuando tocaron V. AS MOIRAS la sala Siroco se convirtió en un aquelarre donde solo faltaba un fuego en el centro alrededor
del que bailar. La mezcla de sonidos folclóricos gallegos con las bases electrónicas y más reguetoneras hicieron brincar a todas mientras coreaban “Bru- bru- bruxas”. Más tarde,
con II. LISÍSTRATA (Varre Vasoira) y PUNHETA!, se desataron por completo y bajaron al público que las acogió con ganas. Dejaron claro que son capaces de desenvolverse sin esfuerzo alguno (o al menos eso parece desde abajo del escenario) entre versos melódicos y estrofas rapeadas.

También hubo momentos más vulnerables donde dejaron ver su parte más poética y sensible, rindiendo homenaje a la grandiosa Rosalía de Castro con canta miña sombra,
el último
single del dúo. Los versos de la poetisa gallega resonaron con Sara al tambor y María al teclado sobre una base synth que nos pusieron a todas el vello de punta.
Sus voces sonaron claras y con una proyección que ni les hacía falta micrófono, con unas armonías impecables y que clavaron en todas las notas. Con VI. DAFNE E SYRINX se pudo sentir la complicidad entre ellas y transmitieron dulzura y sensualidad con una canción que se aleja bastante del
mood del resto del disco pero que trae una frescura que se agradece. 

Tola y Tataravoa son de las canciones más actuales, que se alejan del imaginario de la Grecia clásica en el que se sitúa ACRÓPOLE y que perfectamente podrían ser de los temas más bailados si sonaran en discotecas. Al ritmo de “O perreo ata baixo, pero a autoestima no ceo” las Fillas hicieron bajar hasta el suelo a todas, ellas incluidas. Fue en Tataravoa que las chicas que estaban en las primeras filas sacaron unas gafas de sol con TATA-TATA escrito en los cristales, haciendo referencia a las abuelas que aparecen en la portada del single. Se había creado un espacio seguro donde primó el buen rollo y el sentimiento de comunidad, ya fuese por ser mujer o por ser mujer gallega. 

En la recta final del concierto, lo dieron absolutamente todo con las tres canciones más potentes del disco: IV. ECO, VII. CASSANDRA (Fillas de Cassandra) y VIII. ACRÓPOLE.
Fue difícil que el público mantuviera el silencio en los momentos tranquilos, pero las agudas notas del piano de María consiguieron captar la atención de todas para luego estallar en euforia con los instrumentales electrónicos. Sara nos deleitó con el recital de La voz de Cassandra donde, como decía antes, a través del mito nos situaron en el contexto generacional de las mujeres y dieron voz a la historia. Al grito de “Quixeron calala e aquí estamos nós, Fillas de Cassandra” demostraron una vez más el poder que alberga la música y, por consecuente, el lenguaje. En un discurso que iba en aumento progresivamente, con sus voces llenas de rabia sobre un coro que repetía “acrópole”,
el momento más bonito de aquella noche lo vivimos con la homónima canción del album.
El sentimiento de hermandad nos inundó a todas mientras gritábamos ese “Toda, toda, toda” tan significativo.

Fillas de Cassandra cerraron la noche en Madrid con una sonrisa de oreja a oreja y un grazas mayúsculo que el público le devolvió, esperando que vuelvan a pasar por la capital y que la próxima vez -por favor- sea sobre un escenario muchísimo más grande sobre el que seguir reescribiendo la historia.