Reseña: Ozzy Osbourne – Ordinary Man: «Un producto que quiere adaptarse a un tiempo que no es el suyo»

Confieso que lo he escuchado vez y media, no he podido llegar a la segunda escucha completa, pero eso ha sido más que suficiente para poder decir esto alto y claro: el último disco de Ozzy Osbourne deja mucho que desear.

También es cierto que, a estas alturas, no se podía esperar demasiado de un hombre que lleva varias décadas castigándose sin clemencia y que tiene un historial clínico más largo que la Muralla China; aparte de lo chungo que debe ser devorar murciélagos crudos, aunque sólo sea de vez en cuando. Está claro que, entre la edad, las condiciones médicas previas y el haberse agenciado un productor de rap empalagoso, a Ozzy se le ha ido de las manos el producto final y nos ha legado para la posteridad un último trabajo (no sé yo si habrá otro del Príncipe de las Tinieblas), que bien podría haberse ahorrado y dejarnos con las buenas vibes que nos causó aquel 13 que tan bien nos supo a las huestes de seguidores de la familia Sabbath, al menos a servidor de ustedes le pareció un gran disco.

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No acabo de entender porque una leyenda viva del Rock, del Metal, se mete a la vejez en fangosas producciones a cargo del tal Andrew Watt (supongo que tan desconocido para mí, como para un rapero lo sería Sascha Paeth), en un vano empeño (e innecesario, ¡¡tío, eres el puto Ozzy!!) de rejuvenecer su sonido… o algo por el estilo. Creo que no ha funcionado: ni suena industrial, ni Hard Rock, ni Heavy, ni rapero, claro… Y, por supuesto, lo de la moda de los ‘featuring’ y el omnipresente autotune, tampoco ayudan, en mi opinión, a cerrar un trabajo de una carrera que tiene antecedentes históricos como Sabbath Bloody Sabbath o The Ultimate Sin.

Las canciones más potentes, como Straight To Hell o Eat Me, pierden mucha fuerza debido a un sonido de guitarra que queda como en un plano alejado y con una distorsión fea, sucia sin ser Thrash, grave sin ser Death. Tampoco las baladas o medios tiempos, incluso con la colaboración de Sir Elton en el title track, son especialmente memorables: melodías melosas, sin feeling, fallidas en la pretensión de causar sentimiento.

Por último, las colaboraciones de los ínclitos Post Malone y Travis Scott, a mí me han resultado especialmente molestas, incluso irritantes, en un disco del Madman que podría haber enriquecido su material con nombres de la talla de Bruce Dickinson, Rob Halford o Biff Byford, por poner a tres grandes colegas que nos hubieran alegrado el disco a más de uno. Porque estos raperos de vocecillas aflautadas por el autotune, que se parecen bien poco a Public Enemy, por muchos tacos que suelten, deben ser al estilo lo que Melendi al Hard Rock (y confieso que sé bien poco de Rap).

Quizá lo mejor del disco sean las colaboraciones de algunos mercenarios de lujo, como el baterista de Red Hot Chili Peppers, Chad Smith, y el bajista de Guns N ‘Roses, Duff McKagan, además de Slash y el ya mencionado Elton John que, estos sí, le dan una pátina al disco que lo hace, al menos, consumible, ya que no digerible.

Esta percepción, por supuesto, no deja de ser una opinión muy personal. Habrá quien disfrute del disco, cómo no, e incluso quien lo defina como una reinvención más de un artista que nada tiene que demostrar, claro que sí: las opiniones son libres, aunque discutibles. A mí me ha parecido, como creo que queda claro, un producto que quiere adaptarse a un tiempo que no es el suyo y a un público que no lo ha pedido. Hago mío lo que hubiera dicho mi abuela: zapatero a tus zapatos.