Crónica | The National: íntima catarsis de luces y éxitos en Madrid
Lo pienso a menudo: tiene que ser difícil abrirse el pecho delante de tantas personas, noche tras noche, y mostrar tus más íntimos y, en ocasiones, oscuros secretos. Quizá las palabras dejan de sentirse tan personales cuando llevas más de 20 años gritándolas bajo los focos, cuando el público te devuelve en un eco aquello que pocos se atreven a compartir. The National tiene experiencia haciendo de lo vulnerable la mayor de sus virtudes y eso lo pudimos comprobar anoche durante las casi 2 horas y media de concierto que se sintieron, de principio a fin, como una íntima catarsis de luces y grandes éxitos.
Je Ne Sais Pas Danser de Pomme inundando la sala del WiZink Center, en pantalla la cámara grabando los segundos previos del backstage y 15 minutos de cortesía para una banda que lleva desde el inicio de su tour sin a penas un momento de respiro, pasando por infinidad de ciudades y (suertudos aquellos) ofreciendo doblete en alguna parada como ocurrió en Londres y, dentro de unos días, en Lisboa. Con un tímido piano y bajo unos focos que recortaban sus siluetas en una casi penumbra, Once Upon a Poolside abría la noche entre el estallido de aplausos de un público que llevaba esperando con ansias aquel momento.
Se notan los años, la experiencia, cómo cada milímetro del escenario ya no es algo desconocido e intimidante sino el lugar donde soltarse y perderse. Así lo hizo Matt Berninger desde el instante en el que se plantó delante de los impacientes fotógrafos, al borde de un escenario que se le quedaba pequeño. Con una copa en la mano (que cuando se la acabó lanzó al público y que alguien de las primeras filas cogió al vuelo con una habilidad propia de un superhéroe), se movía bajo las luces gesticulando con grandeza y una exageración teatral. Interpelaba con el dedo a un público que le devolvía su propio grito, escuchándose grande el “You should take it, ‘cause I’m not gonna take it” de Eucalyptus.

Supieron no dejar a nadie indiferente tocando canciones tan antiguas y casi olvidadas como Abel (que en España se escuchó en su paso por la Sala Moby Dick en 2004), donde la energía subió considerablemente en comparación con el mood sombrío que había dejado Cherry Tree (otra que tiene sus años). Matt, desquiciado, con la voz rota y gesticulando como si fuese un concurso de mímica, gritaba “My mind’s not right” con unos coros muy bien puestos de los hermanos Dessner y del público entregado. También nos regalaron un sonido sólido de los temas que a penas tienen unas semanas de vida como fueron Laugh Track y Deep End, que sin duda ganaron mucho más en directo que en su versión de estudio. Tuvieron una especial acogida I Need My Girl y Fake Empire, donde el público exclamó con alegría “We’re half awake in a fake empire”, que se sintió como una promesa sobre unas trompetas atronadoras, una guitarra acoplando en el fondo y el piano bailando entre notas, siempre certero.
Aunque The National peca de componer pausado, tomándose el tiempo con la seguridad de un grupo que lleva muchísimo tiempo produciendo música, lo cierto es que las baladas son muy diferentes del resto de sus canciones por muy lentas que sean. Pink Rabbits podría haber sido una serenata desnuda, en los huesos, con Matt cantándosela a las primeras filas con la mano extendida y la mirada perdida en la melancolía. Pero About Today fue el tema que empañó nuestros cristales con tristeza y ensoñación. Cantada con una tranquilidad inusual sobre un punteo que recordaba a las guitarras de Bon Iver, la voz suave de Matt nos rompió un poquito en el silencio donde sólo se pudo escuchar, en una pequeñísima pausa, su “Hey, are you awake?”, que fue absorbido por la subida progresiva del instrumental y el cúlmen de la desesperación materializada en la dura pregunta “How close am I to losing you?”. Tal cual la empezaron, cada sonido en su momento, se fueron silenciando los instrumentos y se levantaron los focos en un adiós de mentira porque aún quedaba el bis.

Quizá es aquí donde está el mayor éxito de The National: en la necesidad que tenemos de cercanía, de contacto, de saber que no estamos solos en todo esto y cómo consiguen hacer de un sentimiento tan íntimo algo colectivo. Porque ahí estábamos todos coreando “I’m not alone, I’ll never be” de la grandiosa Don’t Swallow The Cap, que tiñó la sala de esperanza en los primeros minutos del show. Pero es que Matt no se mostró cercano solo con sus palabras, sino fue mucho más allá y, ya acabando la noche, se lanzó al público para bucear (casi literalmente, pescado por el técnico que le sujetaba del larguísimo cable para no perderlo entre la multitud) en una masa de gente que le siguió hasta el otro extremo de la pista, donde se subió a la barra del bar para cantar las últimas estrofas de Mr. November en un bis de 5 canciones que pareció saberle a poco, porque volvió a repetir jugada en Terrible Love, donde Bryce le apoyó en las voces junto a su guitarra.
No fue suficiente sembrar el caos con Matt zambuyéndose en un foso que estaba a reventar ni el final instrumental de Space Invaders que partió la sala con su estruendo, la batería impecable (no sin motivos dicen que Bryan Devendorf es uno de los mejores bateristas del indie), no. The National nos regaló (porque no lo puedo decir de otra forma) un momento que, aunque no es original y que también lo he vivido en este mismo sitio en otras ocasiones (en 2022, Deryck Whibley de Sum 41 volviendo al escenario con una guitarra acústica para tocar Best Of Me cuando ya media pista se había marchado), se sintió como un extraño vínculo con un montón de desconocidos que estaban sintiendo en ese preciso momento lo mismo que yo. Sin micrófonos, con solo dos guitarra acústicas y los instrumentos de viento, tocaron Vanderlyle Crybaby Geeks y el público clamó con toda la fuerza que aún le quedaba que incluso los mejores de nosotros nos sacrificamos por amor.

Si nos sentíamos solos antes de cruzar las puertas del recinto, estoy segura que durante aquella brecha en el tiempo que fue The National en Madrid pudimos olvidarnos un poco de lo amargo y desolador que puede ser nuestro paso por la vida. Porque incluso cuando nos encontramos cantando a todo pulmón las letras más desgarradoras, en compañían siempre suenan más dulces.
















