La Sala 16 Toneladas colgó el cartel de sold out para recibir una combinación que hacía tiempo que no se veía por Valencia: la furia atmosférica de Toundra y el ruido narrativo de Perro Grande. Una de esas noches donde la música levita y la gente entra en comunión sin darse ni cuenta.
Perro Grande: ruido que cuenta historias
Los encargados de abrir fueron Perro Grande, un grupo que se mueve con soltura entre el noise, las texturas abrasivas y la experimentación más libre. Su concierto no fue una sucesión de temas, sino un relato: comenzó con un inicio narrado, casi teatral, que marcó el tono de lo que sería el viaje completo.


Aunque hubo algún problema técnico con la guitarra, nada empañó la energía ni la atmósfera que estaban construyendo. Todo lo contrario: se integró en esa sensación de caos controlado tan propia del noise. El final llegó en forma de epílogo, como si cerraran un círculo que solo tenía sentido escuchado de principio a fin.




Toundra: el regreso que Valencia esperaba
Había ganas. Muchas ganas. La vuelta de los madrileños a los escenarios se palpaba en el ambiente incluso antes de que arrancaran. Y cuando empezaron con Cobra y Watt, la sala entera se entregó sin reservas.


Fueron desgranando un setlist sólido y envolvente: Tuareg, Oro Rojo, Bizancio, Kitsune, Kingston Falls, Magreb, Cielo Negro… Pero hubo un momento que sobresalió por encima de todo:
Mojave
Un trance colectivo. Los riffs repetidos como un mantra, la batería hipnótica, las capas que se van sumando hasta que casi no queda aire. Fue de esos instantes en los que la gente deja de estar en un concierto y pasa a estar en otra cosa, más profunda, más física.

Lo más sorprendente fue ver cómo, pese al tiempo lejos de los escenarios, Toundra mantienen intacta esa mezcla de precisión técnica y visceralidad. Cada subida, cada pausa y cada explosión estaba medida al milímetro, pero nunca sonó fría. Es como si el grupo hubiera regresado con un extra de claridad, reforzando su capacidad de llevarte de la mano por paisajes sonoros que crecen y se desbordan.


Con esta gira también se confirma el cambio de guitarrista tras la salida de Esteban Girón. Ahora el papel lo ocupa Jorge García, que encaja con naturalidad en la dinámica del grupo y aporta un matiz distinto al sonido sin alterar la esencia de Toundra. Una transición fluida que en directo se siente orgánica y bien asentada.
La banda también transmitió esa sensación de volver con hambre, con ganas de tocar y de reconectar. Se les vio disfrutando, mirándose entre ellos, rompiendo ese muro invisible que a veces separa a los músicos del público. Y Valencia respondió: ovaciones largas, miradas cómplices y esa vibración única que se genera cuando una sala llena está completamente dentro del mismo viaje emocional.
Toundra demostraron —otra vez— que no necesitan una palabra para contar historias. Y que su regreso era tan necesario como esperado.










