La tarde de miércoles caía bajo una lluvia fina en Valencia, pero nada detuvo a los fieles del rock: la sala Loco Club casi colgó el cartel de “entradas agotadas” para recibir a Jared James Nichols, uno de los guitarristas más carismáticos del circuito internacional actual. El público, diverso en edades y estilos, llenó cada rincón del local con una expectación que se transformó rápidamente en pura energía.
Desde el primer acorde, el estadounidense desplegó un vendaval de blues-rock sin artificios, ese sonido crudo y orgánico que le caracteriza. La Loco Club se convirtió en un hervidero de riffs pesados, groove contagioso y solos incendiarios. Pese al clima exterior, el ambiente dentro era puro fuego: calor, emoción y una conexión inmediata entre escenario y público.
Nichols demostró una vez más por qué sus directos son tan celebrados. Entre canción y canción conversaba con naturalidad, sonreía, alentaba al público y —en uno de los momentos más memorables de la noche— bajó del escenario para tocar entre la gente, rodeado por una multitud que lo vitoreaba de cerca. La sala se entregó por completo, respondiendo con palmas, gritos y una energía compartida que hizo de la velada una experiencia íntima y poderosa a la vez.
El repertorio siguió la línea de sus últimos conciertos europeos de 2025: una mezcla de clásicos recientes como Easy Come, Easy Go, Down the Drain, Threw Me to the Wolves o Nails in the Coffin, junto a algún guiño a sus influencias más pesadas. Cada tema fue una muestra de virtuosismo y autenticidad, donde la guitarra de Nichols rugía con ese tono inconfundible que combina precisión y salvajismo.
El concierto culminó con el público totalmente entregado, aplaudiendo sin descanso mientras Jared agradecía la energía valenciana y prometía volver. Fue una actuación sin artificios, de esas que se viven más con el alma que con los oídos.
Entre el sudor, los acordes y la sonrisa del músico al despedirse, quedó claro que el blues-rock sigue vivo, y anoche encontró en Valencia un templo perfecto.
