Auténtico Black metal sacado de las fauces del infierno
A las 17.15 me encontraba ya puntualmente en la entrada de la sala Mon, para la apertura de puertas del local, con una sensación extraña entre nerviosismo e ilusión extremos que siempre precede a cada concierto al que asisto. Y no era para menos. En esta ocasión, se trataba de un directo que implicaba a 4 grandes grupos estandartes del metal más oscuro, por lo que la expectación se hacía bastante patente. Bölzer, Tribulation, Abbath y Watain. Quién podría resistirse a semejante alianza.
Bölzer
A una hora tan temprana, el horario de comienzo no invitaba demasiado a la asistencia, ya que a las 17.30 de un Viernes, las hordas de fans de metal extremo aún se hallaban atrapadas en sus puestos de trabajo, con lo que la afluencia de personal en la sala era aún muy pobre cuando Bölzer hacía sonar su larga intro como bienvenida y apertura de su show. En los momentos siguientes a su primer tema, la sala iba adquiriendo ambiente, muy poco a poco. Bölzer sorprende con su Black/Death con toques atmosféricos. La increíble voz de Okoi Thierry Jones, sonaba desgarradora e imponente sumiendo en una atmósfera de ritual pagano a toda la sala.

Una iluminación fría y tenue nos ponía en situación. Una no cabía en sí de gozo de ver a su batería (Fabian Wyrsch) darlo todo y mostrar su increíble pericia mientras el vocalista y guitarra Okoi se hacía con el escenario, moviéndose de un lado a otro y regalándonos gritos desgarrados y riffs despiadados. Es casi incomprensible cómo un tándem compuesto únicamente por dos músicos puede crear estas composiciones terriblemente extremas, atmosféricas y paganas que nos transportan a otros tiempos y lugares lejanos, en los que dioses y naturaleza son los que dominan y ordenan el caos. Temas como The Archer, Entranced By the Wolfshook o C.M.E hicieron que el personal se fuera animando y arremolinándose alrededor del escenario, en un ambiente solemne y sobrecogedor, con velas incluidas. La sala, aunque algo pequeña para mi gusto, nos brindó un excelente sonido, haciendo que los que allí nos encontrábamos pudiéramos acceder a ese mundo caótico, fiero y lleno de belleza extraña y fría que nos presentaban los suizos. Un estupendo y enigmático comienzo de una velada llena de brutalidad y oscuridad.
Tribulation
Rápidamente, tras un frenético cambio de instrumentos y ajustes en el escenario, comienza la intro de Tribulation. Había gran expectación por ver a los de Arvika tras la marcha del guitarrista Jonathan Hultén. Su sucesor, Joseph Tholl, no pudo estar presente esta noche, siendo a su vez sustituido por Tobias Alpadie, ejecutando su labor a la perfección. Y es que, a pesar del cambio de line-up, no decepcionaron en absoluto, despejando cualquier duda y ofreciéndonos un show inolvidable, pese a pequeños incidentes con el sonido que pronto solventaron.

Con su característica iluminación verde, dan comienzo con In Remembrance y Leviathans de su último álbum Where the Gloom Becomes Sound. Adam Zaars no paró de deleitarnos con sus solos de guitarra, elevándonos a oscuras esferas e introduciéndonos en tenebrosos pasajes. Con Nightbound y Melancholia, de sus álbumes anteriores, nos hicieron bailar de lo lindo y meternos de lleno en su universo místico y onírico. Presentaron además, su nuevo tema Hamartia, estrenado tan sólo hacía unos días, confirmando que Tribulation sigue siendo una tétrica máquina bien engrasada cuya calidad no se ha visto comprometida a pesar de los cambios de formación.

Johannes Andersson (bajo y voz) con sus guturales de ultratumba nos llevó en volandas por el profundo mundo subterráneo de esta gran banda. Oscar Leander no paró de machacar su batería otorgando una gran y pesada contundencia a los temas. Con Funeral Pyre y la mítica Strange Gateways Beckon pusieron el punto y final a una presentación memorable en la que una servidora no pudo evitar moverse de lo lindo y corear el estribillo mientras cabeceaba como si no hubiera un mañana. Los que seguimos a la formación desde hace ya algunos años, echamos de menos su característico set en el escenario y algunos temas más que ya eran clásicos de sus directos, pero es comprensible que por motivos de horario, no pudieran extender más su setlist. Aún así, fue un espectáculo estupendo en el que pudimos sumergirnos una vez más en su oscuridad y misticismo inigualables.
Abbath
La sala se engalana en esta ocasión de una luz azul invernal: Le llegaba el turno a Abbath, con el simpático guitarrista y vocalista Olve Eikemo cuyas divertidas muecas contrastaban con la cara de pocos amigos de sus compañeros de fatigas. La presentación de los noruegos abrió con Winterbane y The Artifex, donde pudimos disfrutar de la pericia aplastante de su batería Ukri Suvilehto, un auténtico portento con las baquetas. Guitarra (Ole André Farstad) y bajo completan un tándem perfecto que nos deleitó a cuantos estuvimos presentes con solos espectaculares y poderosísima base rítmica que complementaba a la batería.

Pudimos disfrutar de temas de toda su trayectoria como Dread Reaver o Hecate, y también de algunos de su mítica banda Immortal como Beyond the North Waves o In my Kingdom Cold. El bueno de Abbath se mantuvo comunicativo con el público en todo momento y muy feliz y animado de estar ofreciéndonos un directo aplastante y contundente, luciéndose con su guitarra y voz. Un concierto en el que pudimos apreciar el espléndido estado de forma de esta banda azotada por algunos momentos de dificultad. A pesar de subidas y bajadas, de baches y altibajos, su frontman ha sabido recomponerse, levantarse cual guerrero nórdico y gritar con su potente voz sus himnos diabólicos al mundo manteniendo las ganas, la fuerza y por supuesto la simpatía. Los fanáticos más acérrimos, se acercaban cada vez más al escenario coreando y mostrando sus cuernos a los músicos, dando su beneplácito y aprobación a lo que en la sala se estaba mostrando. Un estupendo sonido nos acompañó además durante toda la actuación pudiendo disfrutar de un show memorable, entrañable y mítico, en el que grupo y público parecían comulgar a la perfección, en un ritual nórdico y gélido.
Watain – Es digno de admirar el que un grupo esté tan enloquecidamente comprometido con su arte y con lo que intentan transmitir.
Llegaba el turno de Watain y la tensión y el ambiente comenzaban a caldearse cada vez más. Mientras los técnicos iban instalando el pesado set característico (con huesos de animales incluidos) el personal se arremolinaba impaciente muy cerca del escenario. Con las velas ya encendidas y el set ya instalado que mostraba un aspecto aún más decrépito por la iluminación de las pequeñas llamas, hacen aparición los componentes de la banda, enalteciendo al respetable. Mientras suena una intro aterradora, el vocalista, Erik Danielsson, aparece con una antorcha encendida, que mueve sobre los presentes como si nos bendijera/maldijera, acercando el fuego peligrosamente a los asistentes (incluso a los móviles que le grababan en ese momento) terminando por entregarle a una chica del público la antorcha, que debería de sujetar mientras sonaba su primer tema: Ecstasies in Night Infinite.

Black metal perverso y desquiciado es la propuesta que presentan Watain con toda clase de parafernalia satánica, como simbología, huesos de animales, ceremonias con fuego y demás que nos hace plantearnos seriamente si todo se trata de una exageración para hacer destacar su espectáculo o si se trata de una fe real y ciega en lo que profesan: auténtico Black metal sacado de las fauces del infierno. (Teniendo en cuenta lo acaecido esa noche yo me decanto más bien por lo segundo).
El espectáculo prosigue con temas de increíble brutalidad como Black Salvation o The Howling, con un Danielsson completamente desquiciado, pateando como un loco el escenario y cantando sus premisas satánicas con la mirada desencajada como si estuviera maldiciendo al mundo de alguna manera. I am The Earth, Reaping Death o Devil’s Blood se suceden, enloqueciendo a los espectadores cada vez más, que parecían haberse contagiado de la locura de Danielsson y de su infame banda. Los temas se suceden mientras guitarristas, bajo y batería, acompañan la enajenación de su líder con vehemencia, rasgando sus instrumentos con igual rabia y casi con odio. Su batería parecía que iba a destrozar el instrumento en cualquier momento.
El espectáculo llegó a un punto en el que el placer del sonido de la música (un sonido increíble y demoledor) se unía a una sensación de tensión y casi miedo de no saber qué iba a pasar. Mientras los músicos ejecutaban con agresividad cada uno de los temas, su líder se daba la vuelta y se arrodillaba ante sus altares de huesos de animales, jugueteaba con el fuego de las velas exponiendo sus manos durante largo tiempo sobre las llamas, acariciaba los símbolos del set, para de nuevo darse la vuelta y mirar alrededor con la cara desencajada y así, volver a maldecirnos a los allí presentes con sus letras endiabladas. Comunicativo con el público, animaba a los asistentes a rebelarse ante la obediencia y la sumisión. Haciendo en todo momento movimientos espasmódicos, parecía estar completamente poseído.

En un momento dado, saca de uno de los lados del escenario lo que parece ser un vaso de sangre, se dirige a la parte central, se agacha muy despacio, y parece arrojárselo a los espectadores. Como servidora se encontraba a un lado del escenario no pude visualizar muy bien quién fue el/la desafortunado/a receptor/a de tan desagradable bautismo. Más tarde averigüé que fue nuestra sufrida fotógrafa de Rock Culture la que en su mayor parte recibió sobre su cara y sobre el objetivo de su cámara, la práctica totalidad del contenido del infame vaso ritual. (Desconocemos si hubo más afectados salpicados por el terrible líquido). Aún sin ser conocedora de que mi compañera había sido víctima de este desagravio, tenía la sensación de que el ambiente se había enrarecido desde que la agrupación hizo acto de presencia en el escenario.
La sensación al estar allí presente, era una mezcla de diversión y acojone a partes iguales. Los había visto en otras ocasiones en directo pero ésta era la primera vez que percibía esa atmósfera rara y casi asfixiante.
Y es que Watain, sin lugar a dudas son sinónimo de negrura en su más amplio y terrorífico sentido. Desconocemos si con esto, tratan de dar a entender que no les gusta demasiado la prensa o las fotografías, o que desean que los medios hablen de ellos de manera despectiva para aumentar las expectativas de su público y seguidores. O simplemente es parte de su locura pura y dura. Lo que sí es cierto, es que tanto músicos como asistentes, que parecían retroalimentarse de esa locura y enajenación, crearon una especie de clima opresivo, perturbador y casi incómodo. La sensación al estar allí presente, era una mezcla de diversión y acojone a partes iguales. Los había visto en otras ocasiones en directo pero ésta era la primera vez que percibía esa atmósfera rara y casi asfixiante.

Para completar esta sensación extraña y desconcertante, se unía a la histeria colectiva, el olor acre y desagradable que emanaba del escenario, posiblemente generado por las velas y los restos de cadáveres de animales. (En ocasiones pudimos observar cómo el enajenado vocalista intentaba prender fuego a los huesos que había acumulados en uno de los supuestos altares). Cierran por supuesto con el brutalísimo Malfeitor dando por terminado el macabro rito y habiéndonos ofrecido un sonido alucinante y un espectáculo increíble. Es digno de admirar el que un grupo esté tan enloquecidamente comprometido con su arte y con lo que intentan transmitir.
Esa noche fuimos consumidos por diferentes tipos de oscuridad expresada a través del sonido. Una excelente forma ritual de despedirse del “feliz” verano y dar la bienvenida al otoño, pues ese día precisamente cambiamos de estación. Una jornada muy difícil de olvidar y de borrar de nuestras mentes, en la que fuimos testigos del más amplio y crudo sentido de la palabra oscuridad.