La Moby Dick acoge por primera vez a las madrileñas Bones of Minerva de mano de Rosy Finch, en una vuelta a las salas tras la temporada de festivales.
Septiembre es ese mes maldito que hace de portal entre el tiempo pasado y el futuro. Hablamos del fin del verano y la necesaria vuelta a la rutina. El buen tiempo comienza a despedirse y los días, cada vez más cortos, nos suman en penumbra antes de lo deseado. También significa el fin de la extenuante temporada de festivales y con ellos las carreras entre escenarios para ver al máximo número de bandas posibles, las cervezas en vaso de plástico y las largas colas bajo el asfixiante calor estival. Pero no todo son lágrimas de pena, ya que los que necesitamos música en vena vivimos una especie de vuelta al colegio retomando la peregrinación a las salas locales.
En esta ocasión, el pistoletazo de salida lo dieron dos bandas nacionales como son las madrileñas Bones of Minerva y el power trío alicantino Rosy Finch, que tras su ruta veraniega por distintos festivales, hicieron de la Sala Moby Dick su hogar en la noche del 15 de septiembre.
Tras un breve paseíto por los aledaños comprobando el buen ambiente pre-concierto, fichamos una terraza donde hacer la “previa” de rigor y así poder intercambiar impresiones y conjeturas sobre lo que nos vamos a encontrar, antes de encaminarnos con firme paso al calor de esas cuatro paredes que encierran en sí mismo un altar al rock.
Entramos a la sala pasadas las 20:00 y ya encontramos unos pocos moradores arremolinados frente al mostrador del merchandising. Sobre el escenario, un ir y venir de técnicos que ultiman los preparativos del concierto. Que si una tocadita de cuerdas para ver la afinación, cable para arriba, cable para abajo… y entre medias, la puerta de backstage se entreabre para que unos ojos curiosos contemplen con emoción el estado de la sala.
Nos vamos al frente del escenario a saludar a la parroquia y antes de darnos cuenta, estamos recibiendo entre gritos y aplausos a ese grupo de valientes que sacuden las tablas del escenario, para que los mortales congregados a sus pies puedan volar junto a ellos.
Las encargadas de iniciar el aquelarre fueron las madrileñas Bones Of Minerva, que defendiendo la plaza como locales saltaron, más que puntuales, minutos antes de las 21:00h. Tras dedicar unas breves palabras de agradecimiento a los organizadores y al público congregado, dejaron constancia de que, pese a ser su primera vez en la sala Moby Dick (a la cual le tenían muchas ganas) esperaban que no fuese la última. Pero el tiempo apremiaba y la prioridad era la de tomar posiciones para generar la atmosfera ambiental en la que se iba a desarrollar el resto del espectáculo.

Arrancaron con Forest, primer tema de su último álbum Embers. El cadente rasgueo de Ruth a la guitarra se suma al profundo azote de Nerea al frente de la batería que, como truenos tras la tormenta, nos trasladaba a las profundidades del oscuro bosque desde el que la voz de Eustaquia despegaría hacia la nebulosa. El ambiente estaba creado y la banda, encerrada en su burbuja mística, continuó con Swamp, Cuna y Claws en lo que apuntaba a un repaso secuencial de su último trabajo Embers.

La banda, centrada en la tarea de crear la atmosférica ambientación para sus temas perdió la oportunidad de conectar con un público que, fijo en sus posiciones, se limitó a contemplar silencioso sin viso alguno de exaltación. Whales, fue el único tema de todo el set list ajeno a Embers y que usaron para hacer de transición al siguiente bloque, con el que encauzarían la recta final del espectáculo. Pero se lanzaron con Dream y esto supuso una bocanada de aire fresco. El afilado riff y un despliegue vocal al más puro estilo Gojira, despertaron emociones latentes entre un público que, pese a su contención, empezó a acercarse tímidamente a los pies del escenario para liberar las sensaciones retenidas.

Merula y sobre todo la esperadísima Fuego terminaron por conectar al público con la banda. En los laterales, fieles seguidores se hicieron un hueco con el batir de las melenas al son de las partes más explosivas, en un concierto que pese a las dificultades para arrancar llegó a buen puerto. Pero no había tiempo para bises y aunque tras el último trallazo la sala pidió más temas, las madrileñas agradecidas, se despidieron de su público para dejar paso a Rosy Finch

Tras un cambio de equipo fugaz, que unos pocos aprovecharon para echar un cigarro exprés o pedir una ronda de bebidas, el power trío alicantino tomó el escenario como los veteranos de la noche. “Satan it’s Feminist” rezaba la camiseta de Óscar y es que el bolo era absolutamente de ellas.

De nuevo, escuetos agradecimientos para la sala, promotores y los asistentes antes de ponerse a lo suyo. Vermilion y Oxblood fueron las primeras en presentarse de un set list que se centró principalmente en su álbum Scarlet.

Desplegando un muro infranqueable de denso sludge, los afilados riffs de Mireia cercenaron la impasividad de los asistentes. Es justo en este punto de la noche donde ya pudimos ver algún que otro grupo arremolinarse tímidamente, buscando formar pequeños pogos con los que dejar fluir las emociones.

Inferno, Purgatorio y Paradiso se colaron en el set list como repaso de su EP conceptual Seconda Morte. Pero llegó el tiempo de Lava y la sala se tornó de rojo. Un humo seco como espesa niebla cubrió el escenario disparando las alarmas del público, que terminó por liberarse de sus ataduras. Agolpados a los pies del escenario, las emociones crecieron imparables. Un impresionante juego de luces estroboscópicas iluminó a Juanjo tras la batería, mientras este desataba su tormenta perfecta. Era la hora de descender a los infiernos y Mireia, guitarra en mano, bajó los cuatro peldaños que la separan del público para hacerse un hueco entre los suyos a la vez que Óscar, ocupando el centro del escenario con el bajo apuntando al cielo, pareció quedarse sin espacio… La noche ya era suya y la locura se había desatado.

Cerraron con Ruby y Alizarina; lanzamiento de baqueta al público y fuera la caja de la batería… Parecía que se marchan sin más. Todos gritamos: “¡otra, otra! …” y es que no era posible dejarlo en lo más alto. Asi que sí, esta vez hubo bises y Rosy Finch retomó posiciones para dedicarnos Miss Howls de su primer álbum Witchboro, tras los cuales abandonaron el escenario en medio de un eco infinito poniendo el broche final a la noche.