Un sábado por la noche en Madrid y el centro estaba a reventar de gente, para sorpresa de nadie. La cola para entrar a la Sala El Sol daba la vuelta a la esquina; una masa de gente vestida de negro se agolpa charlando y fumando esperando a que abran las puertas para un show que ha despertado la expectación de muchos a través de las redes sociales. Aunque se pidió puntualidad, las cosas buenas se hacen de rogar y así, esperábamos –en la sala que empezaba ya a llenarse hasta el borde del pequeño escenario– a Oscuro Culto, que abrió la noche con una energía desbordante.
El dúo astur-madrileño se subió al escenario bajo unos focos rojos y sin cruzar palabra con el público –el tiempo corría y los grupos solo contaban con 30 minutos por show– empezaron su setlist con Cave, segundo tema de su EP Ascension. Es difícil no sentirse intimidado siendo el primer grupo de la noche en un cartel tan esperado, pero los chicos de Oscuro Culto no parecían ni un poquito nerviosos. Con una puesta en escena sencillísima, se plantaron delante de los amplis con una seguridad que hizo su sonido aún más redondo, invitando a corear temas tan electrizantes como The Party, de su EP Invocación.
Hans a la batería, reventando los platos con toda la furia que te despierta Summit, demostró una habilidad con las baquetas –y también con el micrófono– apabullante, siguiendo los ritmos frenéticos con una sonrisa casi permanente en los labios. A la guitarra y dándole voz a unos temas que, aunque quizá no fueran los más conocidos de la noche, se disfrutaron igual, Javier dejó claro que la música de Oscuro Culto no es poca cosa.
Cuando bajaron los focos y el público empezó a escucharse por encima de la música ambiente, Crossed comenzó a preparar el escenario para lo que se venía. Desde la primera nota ya tenían al público en el bolsillo, quienes en un abrir y cerrar de ojos formaron un creciente pogo –y da gracias, porque entre la gente que había y el tamaño reducido de la sala, esto resultaba bastante complicado– y siguieron las canciones en inglés y en español con unas voces desgarradas. Su sonido en directo es muy sólido: unas guitarras potentes con un sonido sucio y oscuro, una batería frenética y un bajo absolutamente hipnótico con notas que suben y bajan por todo el mástil con una facilidad envidiable. La electricidad que se palpaba en el escenario era contagiosa, sobre todo viendo al bajista desvivirse con cada canción, dando vueltas bajo las luces parpadeantes.
Los momentos instrumentales y los pocos segundos de calma fueron increíbles (como en Long Night, de su álbum Barely Buried Love), pero los gritos de Miguel le dieron ese punch que hace que su sonido destaque entre otros grupos de la escena. Una de las favoritas del setlist fue Flores Rotas de su álbum Morir. Con un rollo decadente (esta vez en español) y, siendo una de las más melódicas de su show, el cantante demostró que tiene voz más que para gritos. Con la última canción, el público hizo hueco a Miguel que se bajó del escenario tambaleándose entre los fans con una emoción desbordante y tocando una guitarra que sonaba desconsolada pero llena de furia. Cerraron su actuación entre aplausos para rápidamente dar paso a VIBORA, compañeros de carretera y directos.
Siendo su canción más escuchada en Spotify, era de esperar que la banda de Euskal Herria comenzaran su show con Flor de Maíz (de su EP Botánica) Ya desde el minuto uno estaban saltando por todo el escenario, guitarras al aire y piernas volando como si fuera una clase de acrosport. Sin duda, desprendían energía por los poros y eso se notaba también en su sonido que, aunque en ocasiones se volvía una bola de ruido indistinguible, su puesta en escena suplía lo que les faltaba de empaque. Todo su setlist se sintió como un speedrun, un latigazo de luces y sonidos que pasó a la velocidad de un trueno por la sala e hizo que más de uno se animara a hacer crowdsurfing (o un intento de). Rino (de su primer y único álbum hasta el momento SINCVRV) pegó fuerte a la mitad del show con unos riffs de guitarra pesados y una voz lejana. Pero fue en Joyas y Seda y su más reciente trabajo DANA donde se lucieron con un sonido más consolidado que despertó a los pocos que aún seguían sin mover ni un pelo con el headbanging de rigor.
Es verdad que a veces la música llega en el momento oportuno y te lleva a sitios que se quedarán grabados para siempre en la retina, haciendo de la experiencia de vivir casi un sueño que no queremos que se acabe. Y es que el concierto del pasado sábado fue un poco así, porque Boneflower hizo magia con muy poco.
Era verano, una de esas noches que parece que va a ser imposible dormir y en una conversación con un amigo apareció el nombre del grupo. Yo no los conocía, ni siquiera me sonaban un poquito, pero nada más escuchar las primeras notas melancólicas de Boötes, su sonido me transportó casi sin darme cuenta a un lugar familiar y ahí me quedé. De repente, me vi con la necesidad de devorar toda su música, como si Armour hubiera sido escrito con mis propias manos y palabras, como si los gritos de Dolor / 遠来 hubieran salido de mi propia garganta.
Entre el murmullo expectante del público y unos focos que presentaban al grupo en semipenumbra, Boneflower se subió al escenario con una intro instrumental que, tras envolvernos por completo en la ensoñación, rompió la burbuja con el sonido pesado de El Hospital, primer tema de su penúltimo trabajo Dolor / 遠来. Acompañando los secos acordes y el bombo contundente, Eric y Desean se impulsaban hacia delante y hacia atrás en una especie de trance y sus instrumentos les acompañaban en su baile mientras rugían con violencia. Ya en la segunda canción la gente se agolpaba contra el escenario y se empujaba sin piedad alguna en un pit improvisado mientras, bajo los focos, los chicos de Madrid se movían como si el suelo fuera lava. Tocaron Saltpeter (del excelente Armour) con la fuerza y los gritos de los fans coreando al unísono ese “Nothing feels the same” que se siente tan cercano que nos envuelve en una nostalgia colectiva que no se va hasta que se apagan las luces y se empiezan a desenchufar los amplis. La gran amistad entre los grupos se hizo evidente en más de una ocasión con la presencia en el escenario de integrantes invitados, y también pudimos verlo en este show cuando el cantante de Crossed subió a devorarse el micrófono en City Lights (Empty Lights, Full Bodies), trayendo de vuelta un screamo que nunca pasará de moda.
Las luces, la música y el ambiente tan íntimo que se había creado en tan solo unos minutos hicieron del resto del concierto un momento espectacular, con los focos silueteando el sudor de Eric mientras se dejaba las cuerdas vocales al micrófono, o Jaime estricto e impecable técnicamente a la percusión. El silencio se apoderó de todos nosotros cuando empezaron a sonar las primeras notas de Boötes, imbuidos al instante en una tranquilidad finita que acabó con la rabia exuberante y descontrolada de Starless. Volviendo a su trabajo más indie con El Escondite, su sonido se sintió tan cercano a un reciente Viva Belgrado que casi parecía tributo. Ni una nota fuera de lugar en la segunda parte del tema con un instrumental cautivador teñido de rojo que aunque se extiende hasta los 6 minutos, ojalá durara aún más. Se despidieron con una introspectiva Aching Absence donde el cantante se desvive en los últimos minutos que le quedan sobre el escenario y el resto del grupo le sigue en un impulso sobrecogedor para cerrar la noche entre aplausos y ruegos de que toquen una más. “No sabemos cuándo volveremos a tocar en Madrid” decía Eric en el breve descanso entre canciones y seguro fue esa incertidumbre la que alimentó de alguna forma las ganas de partir el escenario de la Sala El Sol aquel sábado de septiembre.
Apagados los amplis, los cables a medio recoger y las luces dejando ver a un público sudado y feliz, nos despedimos de una noche singular donde tanto Boneflower como Crossed, VIBORA y Oscuro Culto han demostrado, cada uno a su manera, que tienen un futuro prometedor por delante y que, aunque quizá –quién sabe– no en Madrid, los volveremos a ver más y mejor.