Los conciertos de nuestra vida (V): La Noche Roja (1978)

Los cambios sociopolíticos acaecidos tras la muerte del dictador Franco influyeron de manera escandalosa en el devenir de la juventud española de finales de los años 70. Tras la aprobación de la Ley de Reforma Política en noviembre de 1976, la legalización del Partido Comunista Español en abril de 1977 y las primeras elecciones democráticas tras más de 40 años de sombras en junio de 1977, la sociedad evolucionaba hacia una democracia incipiente pero deseosa de más cambios. Los jóvenes comenzaban a vislumbrarlos, no sólo en el plano político o social, sino también en el cultural.

La apertura de nuevos horizontes en la información, hacía factible que se pudiera escuchar o visionar estilos de música que hasta hacía muy poco eran impensables. Aun así, mientras en el resto del mundo el movimiento hippy “pasaba de moda”, en España era todavía una forma de vida reaccionaria contra el sistema de años atrás. Mientras en Europa surgía el movimiento punk y la New Wave Of British Heavy Metal (NWOBHM), en España se seguía escuchando rock sinfónico. Mientras los países que nos rodeaban evolucionaban musicalmente de una manera rápida, en España se seguía con el cansado lastre de los años perdidos.

En este contexto de retardo nacional, las libertades crecientes hacen que la vida social de los jóvenes se desarrolle en la calle, en aceras, bancos, bordillos o barras de bar. Y es así cómo el rock cala hondo en muy poco tiempo en círculos amplios del espectro juvenil, apareciendo nuevas bandas y proliferando conciertos, festivales y concursos. Todo esto es debido sobre todo a la influencia del Trofeo Villa de Madrid de Música Rock y a la figura de Vicente “Mariscal” Romero como responsable del sello Chapa Discos, creado en 1977 como apuesta de grupos de rock en español y que manifiesta el cambio de gustos del rock sinfónico o melódico al rock urbano y posteriormente al heavy metal.

Y es con este ambiente en el que nuestro héroe del momento consigue escribir una página de oro en la historia de la música de nuestro estado. El auge de bandas de rock de barrio y los comienzos de la transición política hacen que Miguel Ríos idee la genialidad de organizar un show conceptual similar a un espectáculo de variedades, lo que José Manuel Costa de El País consideró un “circo de rock”. El granadino aunó fuerzas con Rafael Baladés (letrista de “Libertad sin ira” de Jarcha, a la postre himno de la época que nos toca revivir en este artículo) y consiguieron el soporte económico de la marca de pantalones vaqueros Red Box para organizar más de 7 horas de Rock & Rollo, a punta pala como rezaba el slogan de La Noche Roja, provocador nombre del festival que evocaba comunismo y lucha obrera, y más todavía cuando Miguel Ríos se apoyó en las juventudes del maoísta Partido del Trabajo en España (PTE) para la seguridad en los conciertos que durante el verano del 78 recorrería media España.

Con la financiación adquirida se consiguió incluir en el varieté del festival el show en vivo de la Troupé del Mayo Rojo, así como un espectáculo de rayo láser, hasta entonces inédito en nuestro país, que junto a cien mil vatios de luz y quince mil de sonido provenientes de Inglaterra hacían un entorno cuasi perfecto para escuchar buen rock en directo.

Así pues, el 7 de julio a las 9 de la noche iniciaba Miguel Ríos sobre el escenario ubicado en el campo del Moscardó en el barrio de Usera en Madrid la primera actuación del festival ante casi 25.000 espectadores hambrientos de bocadillos y bebidas, pero sobre todo de buen rollo, y es que nuestro rockero patrio hizo una buena mezcla de rock and roll en sus temas.

A continuación, salió al escenario el faquir Ramakalín, comiendo sables y escupiendo fuego, algo distinto al resto del cartel, pero que entretuvo al personal. Guadalquivir fueron los siguientes en el escenario, con su fusión jazz-flamenco y un gran virtuosismo de sus dos guitarras. Espectáculo de rayo láser con tres cañones y un fondo musical evocando una época pasada de hippies y la era de Acuario con la voz en off de “Mariskal” Romero que pasó sin pena ni gloria, para dar la introducción a un joven Salvador Domínguez que cumplió con creces en su breve actuación.

Otra interminable demostración de rayo láser para preceder a Tequila, que con un sencillo rock consiguieron conectar con el público que ya comenzaba a impacientarse de los largos intermedios entre actuación y actuación que estaban sufriendo. Porque fue alrededor de las 2 de la mañana cuando Iceberg, uno de los cabeza de cartel, salió al escenario ante una cansada muchedumbre que no consiguió valorar la casi perfecta actuación de los catalanes que fueron lo mejor de la noche. Y así les tocó a Triana cerrar el festival, mientras el respetable comenzaba a buscarse las mañas para encontrar transporte hasta sus casas a esas horas de la madrugada.

Los beneficios económicos fueron de 3 millones de pesetas, algo impensable en festivales anteriores debido sobre todo a la carencia de libertad de movimientos para asistir como público en los eventos de años precedentes. Los medios de comunicación también fueron loables con la organización, que, a pesar de valorar el esfuerzo y la calidad de los grupos, sí destacaron la falta de organización ante la avalancha inesperada de público que asistió al evento y alguna que otra pelea.

Barcelona, Benidorm, Valencia, Puerto de Santa María, Málaga, Motril, Antequera, Alicante y Laredo fueron el resto de lugares que tuvieron el honor de acoger La Noche Roja, con rotaciones de grupos donde también entraron Ñu, Bloque, Ramoncín, Imán o Costablanca entre otros. Un privilegio de haber disfrutado del primer gran espectáculo de rock en la historia nacional y de colocar a este estilo musical al frente de los gustos de la época. El rock era el auténtico rollo de la juventud.