Imagen: Steven Wilson
Desgraciadamente, este año han fallecido varios iconos de la música, entre ellos Prince y David Bowie. Multitud de mensajes inundaron las redes sociales: “siempre se mueren los mejores”, “Lo preocupante es que no vienen genios nuevos que ocupen su lugar”, etc.
Más allá de lo típicos (y tópicos) que sean esos mensajes, se pueden extraer varias ideas, pero voy a quedarme sólo con una: lo que más me preocupa es la segunda frase. Voy a inventarme un nombre para su supuesto autor, por ejemplo, Aitor (no conozco a ninguno y no quiero que nadie se sienta aludido).
La frase de Aitor denota dolor ante la pérdida, pero también un cierto temor, o incertidumbre más bien, por no saber a qué artista tiene que elegir para convertirlo en su nuevo ídolo. Aitor siente un vacío al perder a un ídolo, y no sabe con quién rellenar esos huecos.
¿Por qué me parece preocupante? Porque creo que el ídolo no es elegido, de alguna manera es “impuesto”.
No estoy diciendo que Prince y Bowie no sean ídolos, historia de la música, grandes genios. Quiero centrarme en la elección de Aitor.
Estos dos iconos surgen en un momento muy concreto de la historia de la música: su talento está muy por encima del resto, y saben buscar nuevas fórmulas y abrir nuevos caminos. Pero también la industria musical y los medios de comunicación están aprendiendo a monetizar el talento o a mercadear con él. Se saben el único camino para llevar la música a la gente (imaginad un mundo sin internet, con menos canales de TV y pocas emisoras de radio, los pocos que habían eran lo que hoy sería la primera página de los resultados de búsqueda de Google, si no estabas allí no existías), y han creado, o potenciado, la necesidad de ídolos entre los consumidores. El negocio genera al ídolo (si tiene talento mejor, pero si no lo tiene tampoco es un obstáculo), y el ídolo llega a la gente.
Y precisamente Bowie y Prince lucharon contra la industria con todas sus fuerzas, ni de lejos se “vendieron”, todo lo contrario. Y la industria les hizo pagar su rebeldía: hasta el momento de su muerte, ya nadie hablaba de ellos (sin mencionar las larguísimas y extenuantes luchas en los juzgados).
Pero prosigamos con Aitor. No ha escuchado nunca nada de ellos aparte de los 4 o 5 hits que la industria promocionó hasta la saciedad. Pero lamenta su muerte, se van los mejores. ¿Y cómo sabe que son los mejores? Porque lo lee en todos los sitios, todo el mundo lo dice.
La industria le ha mostrado a Aitor a estos dos grandes artistas y a un puñado de grandes bandas, pero no le ha dicho que entre todos no suponen ni el más mínimo porcentaje de lo que el panorama musical puede proporcionarle. A esto le juntamos que Aitor es un poco vaguete, y como su pequeña mochila de ídolos ya estaba completa tampoco nunca se molestó en buscar otras figuras con las que reemplazar una posible pérdida. Lógicamente, al hacerse hueco en la mochila no sabe qué meter, ya que no conoce a otros posibles ídolos y la industria tampoco le ofrece alternativas. Y de ahí vienen las típicas frases que Aitor pone en las redes sociales al perder un ídolo.
Pero los tiempos cambian. Internet supone una primera revolución, las redes sociales una segunda revolución, la música es más accesible al público, la distancia entre artista y público se reduce, hay nuevas formas de comunicar, nuevos estilos, más diversidad. En ese entorno uno podría pensar que surgen más ídolos, y que se relacionan de otra forma más cercana con su público, generando ese vínculo (o idolatría) más fuerte todavía, que todo sería más accesible. Pero no. En otra ocasión os hablaré del manifiesto de Jaron Lanier, Contra El Rebaño Digital.
Resulta que todo es más efímero. La industria se mueve más rápido, nos trae más ídolos para cambiarlos al momento por otros nuevos, hay muchos éxitos, pero duran muy poco, y eso nos genera la idea de que no son ídolos de la misma categoría que los anteriores, no son tan “grandes”. Pero sigue monopolizando lo que escuchamos, y seguimos sin ganas de buscar nuevas cosas que escuchar.
Es curioso que, cuanto más fácil es leer y a más lecturas diferentes podemos acceder, menos leemos. Y de lo que leemos, ha cambiado la forma en que lo hacemos. Nos centramos mucho más en los titulares, tan sólo unos párrafos de un artículo (¡no escribas un post de más de 1200 palabras!!!) y antes de terminarlo un link nos lleva a otro artículo, del cual volvemos a leer sólo el titular, y ya nunca volvemos al primero.
Con la música ocurre lo mismo, oímos muchas más canciones, pero escuchamos mucho menos. Ya se encarga la industria de decirnos qué se lleva esa temporada o a quien nombrar nuevo mesías. La sabiduría del rebaño, la masa no puede estar equivocada.
En una reciente entrevista con El Reno Renardo, nos comentaban que “los únicos que siguen llenando grandes estadios son los viejos dinosaurios”, con toda la razón. Los promotores quieren ir a lo seguro y no jugarse los cuartos, por lo que intentan hacer apuestas seguras, poniendo la maquinaria de la promoción en funcionamiento sólo con dinosaurios, esperando que, como es habitual, el público no falte. Esta semana sigo viendo los autobuses de línea de mi ciudad promocionando un concierto acontecido hace más de un mes, como su no hubiera nuevos conciertos, como si los promotores no quisieran promocionar nada nuevo.
Pero resulta que los que llenamos los estadios somos nosotros. Al final, somos las personas particulares las que podemos elegir qué entrada comprar, a qué banda apoyar, dónde y con quién gastarnos nuestro dinero, a quién convertir en nuestros ídolos, e incluso el hecho último de necesitarlos o no. Una de las pocas libertades (me refiero a la libertad exterior, la libertad interior es algo muy distinto) que podemos ejercer es la de hacer nuestras propias elecciones como consumidores. Opino que esas elecciones vienen guiadas, y no surgen realmente de nuestros gustos o necesidades.
Aitor sólo tiene a esos dinosaurios en la mochila, son sus ídolos y los únicos por los que le merece la pena ir a un concierto por mucho que valga la entrada. El resto del panorama, pequeñas salas y casi siempre medio vacías. Vivimos unos momentos en la escena musical muy ricos, en ebullición diría yo. Pero esa música no se promociona, por lo que no se consume, por lo que no se promociona.
Lo mismo ocurre con los festivales. Estamos viendo cómo surgen en gran cantidad, vivimos un verdadero cambio de formato a la hora de ver música en directo, sí, pero seguimos como siempre, hay festivales grandes y pequeños, como antes había grandes estadios o pequeñas salas. Un festival sólo aparece en los medios cuando actúa David Guetta o Muse, es decir, los que son capaces de congregar al público en multitudinarios eventos. Otros, con músicos de enorme talento pero menor tirada, como BeProg directamente no aparecen en ninguno de los grandes medios nacionales. Aunque de su relevancia musical sí se hacen eco otros medios, como The Independent. Bueno, hay esperanza.
A pesar de que los medios generalistas nunca van a apoyar ninguna expresión artística que sea minoritaria (leed por favor el magnífico artículo de Fernando Acero), podemos entre todos cambiar las cosas. Y todo gran cambio comienza con los pequeños detalles, con los pequeños actos, con las actitudes individuales. En mi caso, siempre intentaré apoyar a los más pequeños, a los que más difícil tienen (y van a tener por siempre) poder hacerse un hueco, por pequeño que sea, en la mochila de ídolos de Aitor.
Es por ello que no tengo más que palabras de ánimo, aliento y agradecimiento a las personas que con su tiempo y esfuerzo tratan de darnos a conocer todo el panorama artístico que queda fuera de los grandes medios. Cómo no, empezando por Alfonso y Rock Culture.