Bruce Springsteen y la E Street Band juegan en otra liga, así quedó demostrado a su paso por Madrid.

Antes de nada, me gustaría empezar este texto aclarando que ni Rock Culture ni un servidor hemos recibido ningún tipo de remuneración por hacer esta crónica, y lo digo porque, haciendo un «spoiler» de los siguientes párrafos, seguramente acabe haciendo una crónica muy favorable para el artista y alguien pudiera pensar que todo esto está incentivado. Es más, no pensaba escribir ni una línea, ya que no fuimos acreditados como medio de prensa. Yo decidí ir a disfrutar, comprando mi entrada, y no a trabajar. Pero lo acontecido en las siguientes horas en el Estadio Metropolitano bien merece ser contado. Motivo por el cual decidí hacer esta crónica, que seguramente sea la crónica más sincera y personal que he escrito en mi vida. Del mismo modo pido disculpas por las fotografías, es evidente que no son de cámara profesional ni de la calidad habitual, son fotos desde el público.

Aclarado esto, voy a intentar transmitir mis sensaciones de lo vivido en Bruce Springsteen y la E Street Band del pasado viernes 14 de junio de 2024.

La aventura empezaba sobre las cuatro de la tarde, cuando hacía cola bajo un sol de justicia junto a unos pocos valientes para intentar coger un buen sitio para el concierto en pista delantera.

He de reconocer, y quizá ahora me avergüence un poco hacerlo y pido perdón a los fans, que nunca había sido mucho de Bruce Springsteen. Tengo varios discos y conozco bien su trayectoria, es cierto que hay algunas canciones que me parecen maravillosas, pero nunca terminé de entender la gran fascinación que genera. Por tanto, entono el «mea culpa» y reconozco que mis motivaciones para asistir eran 50% curiosidad por el «fenómeno Bruce», 25% porque era el único grande al que no había podido ver hasta ahora y otro 25% porque me liaron para asistir. Espero no ser apedreado por esto, al menos permítanme terminar este relato.

El caso es que, tras unas cuatro horas de plantón, que se soportan mejor con veinte años que con casi medio siglo, llegamos a la pista. Tenía la sensación de que aquello se podía hacer largo. Bruce es famoso por conciertos de tres horas, que sumadas a las 4 de plantón, más la ida más la vuelta, te lo podrían convalidar por un Camino de Santiago. Y lo cierto es que algo de peregrinación encerraba todo aquello, había gente de todos los lugares, familias enteras de más de 3 generaciones y un buen ambiente que no había visto en ningún concierto hasta ahora, y habré superado hace tiempo los 500 conciertos. Todo el mundo parecía conocerse, contaban anécdotas de giras anteriores, te ofrecían frutos secos como en un cine de verano y yo era un poco como el forastero que llegaba al pueblo de vacaciones donde todo el mundo se conoce. Forastero muy bien tratado, vaya esto por delante.

Era tal el ambiente de amistad que hasta me atreví a confesar a los vecinos cercanos que «era mi primera vez». «Vas a alucinar» me decían, «esta noche no se te olvida». Pero el escepticismo que me acompaña desde la cuna me hacía pensar aquello de «no será pa tanto…»

Me enteré que había gente haciendo cola toda la semana, también que la mayoría de mis nuevos «amigos» tenían entrada para los tres conciertos de Madrid. Una chica llevaba un cartel que ponía «Bruce toca conmigo» en una mano y una armónica en la otra. «Están locos estos romanos» (Obelix dixit) pensaba para mis adentros, pero al mismo tiempo me hacían dudar… «¿Y si resulta que va a ser verdad? ¿Y si resulta que le llaman The Boss por algo?».

Con la puesta del sol y todavía con luz natural salían al escenario del Estadio Metropolitano de Madrid Bruce Springsteen y la E Street Band. Sólo fueron necesarios unos cuantos compases para tener claros indicios de que aquello que iba a ver estaba en otra liga, la liga de los elegidos, liga a la que sólo tienen acceso muy pocas bandas como Eric Clapton, The Who, Paul McCartney o los Stones de hace unos años con Charlie.

 

Es una sensación inexplicable que sólo ocurre con ciertos músicos y que poco tiene que ver con el fenómeno fan (que en este caso no lo era) y si tiene que ver con la calidad de la banda, la clase, la presencia, la actitud y eso que llaman el Mojo, que o se tiene o no se tiene. Y os aseguro que para ser un norteño de Nueva Jersey, este señor tiene mojo y tiene la sonrisa de los campeones, que ese brillo que no se ve, pero se percibe. Si alguna vez lo han visto ya saben a qué me refiero.

Había cierto miedo, pues Bruce venía de cancelar conciertos por afonía, y es que Bruce ya tiene 74 primaveras. Something in the Night servía para romper el hielo y a la altura de No Surrender ya no había dudas, este tipo no es humano. A ver como explico yo esto… Es un señor de 74 años, que ha dado más conciertos que nadie pero que tiene la ilusión del primer dia, que parece un niño travieso corriendo de un lado a otro, levantando al público, empujando a la banda (que también peinan canas la mayoría) y todo esto con las ganas de una banda emergente que está dando su primer concierto grande. Ahí creo que está el secreto, ahí y en mucho trabajo, muchísimo, que se percibe con cada compás de la E Street Band.

Y es que termina un tema y un, dos tres y… ¡Chan! Otro tema, y así 3 horas, 30 canciones, sin descansos, sin flaquear. Si me lo cuentan no me lo creo, y algo de esto ya sabía, pero no es lo mismo verlo que leerlo, o que te lo cuenten. Si alguien lee esto y no ha visto a Bruce en directo podría pensar que exagero, no les culpo, yo también lo pensaba.

Bruce salía del escenario a la mínima ocasión, se juntaba con su público, que agradecía la proximidad con respeto. Abrazaba a los fans mientras cantaba, y se dejaba abrazar. Pero no como hacen ahora algunos artistas que les «preparan el numerito» con un niño/a muy mono en primera fila para subir el índice de popularidad, no. Esto no estaba preparado, esto era auténtico, gente con su entrada, fuera del foso, compartiendo el mejor momento de su vida con Bruce. Y lo hizo muchas veces, y bajó con la armónica, y tocó delante de aquella chica del cartel, y regaló la armónica a un niño que seguramente acabe siendo músico. Y mirabas para el escenario mientras Bruce se mezclaba con la gente, y veías arriba a Little Steven ejerciendo de director musical pero también un poco de padre, mirando a Bruce con una sonrisa viéndole disfrutar en su patio de recreo.

 

Con Ghost recordó a sus amigos que ya no están, compartiendo imágenes en las pantallas que generaron algunas lágrimas en los asistentes, alli estaban presentes en el recuerdo Danny Federici o el grandullón Clarence Clemons (sustituido por su sobrino Jake, siguiendo con el legado al saxo de los Clemons).

El único momento de calma con Bruce, sentado con su acústica y su armónica, llegó al ecuador del concierto. Pusieron subtítulos para traducir por las pantallas, Bruce quería asegurarse de que llegase el mensaje. Nos contó que estaba en su casa con 15 años y se unió a su primera banda, The Castiles,  al contactar con George Theiss. Duraron tres años y recordó lo bonito que fue vivir en aquella época en Estados Unidos con todo el movimiento musical y cultural del momento. Recordó que su amigo Theiss falleció de un cancer terminal y que le dijo que él (Bruce) sería lo único que quedaría de aquella banda de chavales y que la mantendrá viva.

Comienza Last Man Standing (El último hombre en pie) y fue justo ahí, en ese preciso momento, recordando lo acontecido hasta ahora en el concierto, ese paso de ser un huracán a verle ahora en un taburete, con la armónica, con los pies en la tierra, recordando a sus amigos de su primera banda y manteniendo aquella esencia viva, cuando comprendí por qué este tipo de Nueva Jersey es apodado The Boss. Porque pasó de tocar con la que seguramente sea la mejor banda del mundo, la E Street Band, a salir él solo y conseguir que despareciese toda la gente, que desapareciese el estadio, mis acompañantes, no había nada, sólo estaba yo delante de Bruce, como si estuviera en un bar en uno de sus primeros conciertos, no había nada más, y cada una de los miles de personas que allí estaban, sintieron lo mismo. Por eso es El Jefe.

Hay otra historia que dice que le llamaban The Boss porque era el que se encargaba de cobrar el caché de la banda todas las noches para repartirlo entre los miembros. Puede que así sea, pero Springsteen es The Boss por distintos motivos, cada fan tendrá el suyo, el mio fue ese y con ese me quedo. Y cual recién bautizado, empecé a ver el concierto con otros ojos, y de repente entendí a todos aquellos «locos» que me rodeaban y que tenían entradas para los 3 días y me decían «es que cada día es diferente».

Y siendo uno más disfruté con los 90 minutos siguientes de concierto como pocas veces había disfrutado. Tocaron muchas clásicas como Because The Night, Wreckin Ball, The Rising, Born in the USA (Disco que cumplía 40 años al día siguiente de este concierto), Born to Run, Glory Days, para terminar con Twist and Shout de The Beatles, seguramente con Bruce recordando por dentro cuando en 1964 les vio por la televisión en el Show de Ed Sullivan y sembraron en él la semilla de la música. Quién sabe si Bruce habrá sembrado la misma semilla de la música en el niño del público de Madrid al que ha regalado su armónica hace un rato. ¿Os imagináis que ese niño dentro de unos años esté llenando estadios y acabe sus conciertos con No Surrender en honor a Bruce? Me marcho del estadio con ese pensamiento. Buenas noches.

Ah, perdón, una última cosa, la E Street Band es la mejor banda del mundo. Punto.

Ahora sí. Buenas noches.