Spotify es el rey, no se puede negar. Pero torres más altas han caído, y si no que le pregunten a Tom de Myspace. Pero el hecho de que se haya impuesto no significa que sea el mejor. Porque, siendo honestos, Spotify apesta. Sobre todo si eres músico.

Ya no es el hecho de que paguen 0,0038$ por reproducción: lo que mucha gente no sabe es cómo se distribuye esa miseria. Imaginemos que Fulanito paga sus 10€ de suscripción religiosamente cada mes, y durante ese mes sólo escucha a un grupo de folk pagan polka islandés que le gusta mucho. Esos 10€ (de momento, y restando la tajada de Spotify) deberían ir íntegros a las arcas de la banda innombrable islandesa, ¿verdad?. ERROR. Van a un fondo común con todas las demás subscripciones de todos los demás Menganitos, donde la suma total se distribuye en proporción a las reproducciones totales.
¿Qué significa esto, en cristiano? Que los 10€ de Fulanito van al Despacito, y a la banda de brutal chill out neozelandesa le llegan las famosas migajas.
Con esto quiero decir que como broma ha estado gracioso, pero quizá no es un modelo muy sostenible en el tiempo. Y así lo llevan denunciado desde hace tiempo diversos sectores (más cercanos al folk islandés que al trap, obviamente, aunque también), llegando a proponer alternativas a esta versión digital del timo del tocomocho (o tocopoco, en este caso) aka «así os dais a conocer» de las salas de conciertos de toda la vida.
BANDCAMP Y SOUNDCLOUD
De entre las «grandes» viejas conocidas, las que han quedado en segundo y tercer plano han tenido que buscarse un poco las vueltas para diferenciarse y posicionarse en otros nichos de mercado. El modelo de Bandcamp siempre ha sido más musician-friendly, ofreciendo remuneraciones más justas y ágiles, como la posibilidad de ofrecer la música por «la voluntad», limitar las escuchas gratuitas o la integración del merchandising.
Ahora es Soundcloud la que apuesta por una nueva forma de hacer las cosas: recientemente acaban de anunciar la adopción de la remuneración basada en los fans, un torpedo a la línea de flotación de Spotify (aún en fase de pruebas, empieza el 1 de abril). Sigue siendo poco probable, pero imaginemos que algunos músicos de renombre se harten de la estafa y les dé por eliminar sus discos del gigante sueco y mudarse a Soundcloud… Deezer también está estudiando una estrategia parecida.
En el ámbito estatal, está en proyecto la plataforma Justifay.
Sé lo que vais a pensar: «es que los grupos grandes no están en esas plataformas». Efectivamente. Por algo será. Aunque también quizá deberían mejorar sus interfaces (lo que no quiere decir que la de Spotify no sea espantosa en algunos aspectos).
BLOCKCHAIN: INTERMEDIARIOS FUERA
Pero hay otros a los que hasta esto les parece «poco» o tarde, y quieren ir aún más lejos, reteniendo la mayor cantidad posible de control y beneficios sobre su trabajo. Para esto, blockchain puede ser la herramienta perfecta.
Blockchain, ese palabro. ¿Qué es realmente, y cómo funciona? Permitidme que responda «a la gallega»: ¿realmente importa?
En tecnología, lo importante muchas veces no es tanto esto como las aplicaciones que tiene. Si hace 25 años alguien te hubiera dicho lo que es internet y cómo funciona, te habrías quedado igual que si te bebes un vaso de agua. Y aún a día de hoy no sabes lo que pasa más allá de los enanitos que corren por el cable hasta tu ordenador y pintan la pantalla, admítelo. Pero si te hubieran dicho que ibas a tener a tu disposición toda la música del mundo y que ibas a poder hacer videollamadas con tu familia del pueblo, te habría resultado muy interesante.
Esto es un poco lo mismo, aparte de que el funcionamiento del blockchain es bastante aburrido en realidad (por simplificarlo mucho, una base de datos distribuida por muchos puntos que han de aprobar por consenso cualquier cambio que se haga sobre ella, lo que la hace muy difícil de «hackear»).
¿Cuáles son, entonces, esas aplicaciones? Pues infinidad. Una de sus principales virtudes es que permite prescindir de muchos intermediarios (descentralización). Bitcoin es dinero sin bancos. De la misma manera, se puede hacer música rentable sin discográficas.
Pero pongamos unos ejemplos concretos, que al principio a todos nos echa humo la cabeza: la artista británica Imogen Heap fue una de las pioneras en el uso de esta tecnología (conscientemente digamos, si ignoramos casos como el de 50cent, que lo hizo un poco «de broma»). Co-fundó Mycelia, cuya principal propuesta es un «pasaporte creativo» donde se almacena toda la información de cada una de las canciones (autores, músicos que participaron en la grabación, etc), de cara a automatizar procesos como el pago de derechos (las famosas royalties) mediante contratos inteligentes autoejecutables.
Caso práctico: si suena la canción de Pepito en la radio, inmediatamente se ejecuta el pago de los derechos que corresponden a cada una de las personas que participaron en esa grabación, mediante un proceso totalmente automatizado y seguro. De esta manera, se puede eliminar de la ecuación a «gestoras» como SGAE etc, con el consecuente ahorro en cuotas y tajadas, y teniendo el dinero disponible de manera prácticamente inmediata (frente a los, en ocasiones, hasta 6 meses que puede tardar una entidad de este tipo en tramitar y liquidar los pagos).
En la onda más «tradicional», tenemos Resonate o BitTunes, adaptaciones al formato y filosofía blockchain de plataformas más conocidas como el propio Spotify o iTunes.
La última moda parecen ser los NFT (non-fungible tokens). Sí, yo tampoco tengo ni idea de lo que es. Por lo visto es una especie de certificado de autenticidad digital que permite también subastar discos y merch físicos originales, así como experiencias relacionadas con el artista (una especie de Verkami/Patreon o crowdfunding a base de pujas). Pero de esta manera, el DJ 3LAU ha vendido su último disco por 11 millones de dólares. El inclasificable dúo ClownCore (el alter ego del batería de Knower) también han ofrecido sus cuatro nuevos temas en Opensea de esta manera.
Anteriormente otros DJ como Gramatik recaudaron 2 millones de dólares mediante la creación de su propia criptomoneda.
Por tanto, parece que los casos cada vez son menos anecdóticos (los últimos en sumarse han sido Kings of Leon, una banda no precisamente pequeña), y la diferencia en cuanto a cifras es lo suficientemente escandalosa como para provocar un posible éxodo que, como ya sabemos, en internet ocurren prácticamente de la noche a la mañana. De hecho, Spotify acaba de sacar un site donde explica cómo paga a los artistas, así que la cosa parece que va en serio. Excusatio non petita…