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La lluvia era inevitable. Las nubes y todo ese aireado gris psicotrópicos que despertó la ciudad de Sevilla daba un toque de solemnidad y profunda reflexión. Fue un finde con muchas propuestas de conciertos (tal y como ocurre últimamente) y ya estaban marcados en mi almanaque -porque yo todavía uso lapicera y papel para cosas importantes- desde hacía mucho tiempo.

Entrevista a El Altar del Holocausto: «Si nada de esto hubiera ocurrido, quizás Trinidad no existiese o al menos no como ha sido creado»

El Altar del Holocausto volvía a una ciudad donde dan un contraste tan épico como surrealista. Un domingo extraño, porque se escucha en bares, buses y tiendas «Ya huele a Semana Santa, ya huele a Feria…» y yo que voy cruzando a pie el Polígono Norte, oyendo dialectos y viendo varios colores marrones de piel, ratifico «Sí, ya huele a pis y vómitos en cada esquina».

Llego a la Sala X bajo una nube de agua intensa y fría. La organización de Oliskull hizo lo imposible para que el acceso fuera rápido y todos pasáramos a la sala a esperar esta nueva homilía sin mojarnos… el recinto estaba muy bien de gente, con ansiedad y cierta angustia. Para muchas personas era su vuelta a un show luego de más de 2 años. Mucha gente relacionada con el ambiente, de diferentes bandas estaban allí para ver esa descarga cuidada, potente y melódica de un grupo que se está metiendo en el inconsciente colectivo con técnica y artística.

Me puse al fondo de la sala. Saludé gente, conocidos y no tanto, todos parecían sanos, sin resaca: los odié… claro, yo no duermo cuando espero esa Marca Registrada que no solo es un grupo de tíos «disfrazados». No. Es una entidad plagada de un ideario que se mueve entre parámetros de conciencia alterada, cultura rock y un salvajismo aderezado con una profunda intencionalidad cultural. Increíble.

Los minutos previos al show, la música de congregación religiosa puede parecer graciosa, pero en verdad la conjugación de los tonos y el despliegue de sonido va generando en alguna zona poco utilizada de tu cerebro, cierta reacción atípica que va preparando tu carne (como concepto humano) para una suerte de ritual de purificación, de trance y conexión con entidades supremas de un espectro de sonidos, repito, ya poco utilizados.
Esta idea hace referencia a que, aunque llevamos el Spotify encima, tenemos listas de reproducción de horas o días, nuestro Ser Consciente carece de espacio temporal para conectarse con el Subconsciente. Algo que oyendo Doom se soluciona y se vive.

Pues apuntado esto en mi cerebro, intenté desligarme de compromisos sociales y, puntualmente, sucumbir a la primera tanda de acordes, demoledores, que lanzó el cuarteto sin contemplación alguna cuando salieron a escena.

Términos como corrosivo, violento o contundente, desaparecen del vocabulario cuando toca narrar un set tan intenso como impecable. Túnicas blancas luminosas, flores y ambientes sepulcrales para que, en un monocorde deslizamiento de notas con olor a Hemy-Sinc, se adueñan de la postura perfecta de un grupo que lentamente va erosionando al público.
El show avanzaba y, se me ocurrió, catalogar Los Estados Morales y Espirituales del público que va a ver El Altar del Holocausto, interpretando que, siento, recorren estos estados:

  • Euforia: al fin en el escenario, grito y vitoreo adrenalínico tal y como demanda un show de Metal.
  • Exaltación: Unos instantes donde el calor pasa de largo y esas figuras relioso-alucinógenas se entregan en cada movimiento dejando toda hostilidad desarmada.
  • Seducción: los gestos que parecen vagos y disimulados. Los movimientos a veces bruscos de algún miembro, hacen que el set sea un juego de habilidades para cumplir el objetivo principal del show. ¿Qué cuál es ese objetivo? Cada uno es cada cual.
  • Erosión: la, aparentemente, aleatoria acción de descenso entre el público del bajista, haciendo que un corro de fantasmas bailen a su alrededor. O le abran paso, o lo palmeen genera esa anfetamina de ganas de pogo, mosh. Cerveza.
  • Alienación: el calor asciende, la tribu sigue como bajo hipnosis cada siseo gesticular como imprecación. El sudor en la frente, el ansia de salir corriendo a tomar aire o humo, con la mirada lejana, puesta en ese silencio autoimpuesto al no escuchar voces desde el escenario. Pero sí comentarios internos.
  • Ecuanimidad y Revolución: llegando al final del show, un mensaje con una voz metálica y fría agradece a la gente, la organización, Trinidad y bla-bla-bla… pero de pronto dice algo de «Apoyo a la Cultura», y la gente aplaude. Por fin se siente abrazada por un ideal. Sí, esto también es Cultura. El Metal ES una expresión social y cultural, pese a todos los parámetros y primados negativos que nos han intentado hacer creer.
    Cultura es todo si se quiere y se enfoca adecuadamente. Pero no cualquier cosa es Cultura.

Se acabó el show, con un despliegue técnico impresionante y lejano a cualquier lugar que represente la música. Todos en otra onda, luego de haber sido atravesados por una demostración tan intensa como simple, regular y única. Donde OliSkull ha generado un espacio particular para que, la masa asistente al ideario creado por el grupo El Altar del Holocausto consiguiera una partícula de todo lo que ofrece: el camino al conocimiento interno que, a la larga, conduce a La Sabiduría.

El Altar del Holocausto es una de las 10 mejores bandas de nuestra escena. A la altura de proyectos existencialistas como El Ulises de Joyce, o El Saturno de Goya.