Monsters of Rock en Pamplona (1988)
De cualquier amante de la música es conocido que uno de los mayores festivales acontecidos en todo el mundo ha sido el Monsters of Rock. Curioso nombre para el elenco de artistas más heavies habidos y por haber de aquel momento. Celebrado desde 1980 en el inglés circuito de carreras de Doningtong Park (Leicestershire) sus promotores fueron Paul Loasby y Maurice Jones. En plena efervescencia de la Nueva Ola del Heavy Metal Británico (NWOBHM en sus siglas inglesas) los deseos de los más feroces seguidores de la parte más dura de la música se hicieron realidad. Tal fue el éxito de la organización, que el festival expandió sus vibraciones a otros países más allá de las islas británicas. República Federal de Alemania en 1983, Suecia en 1984, Italia en 1987 y Holanda en 1988, por sólo unos pocos días antes, fueron los precursores a la llegada del Monsters of Rock a territorio hispano.
Aunque la idea original era ubicarlo en el velódromo de Anoeta de San Sebastián, la coincidencia en fechas con el Festival de Cine de la ciudad donostiarra hizo que el evento desembarcara en la plaza de toros de Pamplona el 17 de septiembre de 1988, siendo los navarros los primeros en recibir la descarga metalera antes que Madrid y Barcelona. El representante patrio que actuaba como banda local invitada no podía ser otro que el glamour de José Antonio Manzano, con Manzano (así, como grupo) pero por desgracia no pudo tocar esa noche en el coso pamplonés, aunque sí lo hizo en las dos posteriores fechas madrileña y barcelonesa.
Así pues y ante 14.000 sirvientes del metal como espectadores, fueron los teutones Helloween los que rompieron el telón del estreno del festival. El público ya comenzaba a vibrar con los puños en altos, melenas al viento y guitarras al aire que acompañaban a los temas del también recién estrenado unos días atrás Keeper of the Seven Keys Part II. Comenzando con un Eagle Fly Free que ya avecinaba tormenta, seguido de Rise and Fall o Dr. Stein entre otras, para acabar con un memorable I Want Out. Cabe reseñar que la visita de los germanos a tierras navarras se saldó con la grabación del videoclip oficial de este temazo, con imágenes del Café Iruña de la Plaza del Castillo de la capital, del desierto de las Bardenas Reales o del mismo concierto de la plaza de toros.
Posteriormente fueron los neoyorquinos Anthrax los que saltaron al escenario. Presentando su recientemente estrenado State of Euphoria, dejaron estupefacta a la masa presente con su mezcla de estilos que los hacía los más desentonados de lo que se esperaba ese día. Pero no por la calidad sino por su estilo poco ortodoxo de hardcore, funky y rock que derrochaban por aquel entonces, pero con una tralla y caña excesivamente duras que los hacía tan especial.
Metallica habían pisado tierra española un año antes, pero fue en Pamplona donde presentaron su …And Justice For All que contaba con sólo un mes de vida. La juventud que atesoraban en esa época hizo que se comieran el escenario desde el minuto cero. Aunque sólo tocaran un tema (Harvester of Sorrow) de su último trabajo, el resto eran casi himnos para las hordas más salvajes del trash. For Whom The Bells Tolls, Seek & Destroy, Master of Puppets, Battery…. Se gestaba la carrera hacia el trono del metal.
Pero los más esperados de la ya caída noche de aquel mágico día eran los cabezas de cartel Iron Maiden. Meses atrás habían sacado su Seventh Son of a Seventh Son, que a la postre se convertiría en uno los discos básicos en la historia del heavy metal. El escenario glaciar que se iba montando entre pausa y pausa de los grupos que tocaron antes los hicieron destacar sobre estos, ya que los británicos sí sabían conectar con el público consiguiendo que su actuación fuera el punto más álgido de la jornada. Moonchild, The Evil That Men Do, Can I Play With Madness, The Clairvoyant o la propia Seventh Son of a Seventh Son ya sonaban como himnos junto a las “clásicas” The Trooper, Heaven Can Wait, The Number of The Beast, Run To The Hills o Sanctuary que fue el colofón a una bella página de la historia de la música de nuestro país.
El público acabó inmensamente feliz y consciente de que tanta calidad junta era difícil de volver a ver en mucho tiempo. Los años ochenta tocaban a su fin y en España ya se había asentado la organización y celebración de grandes conciertos heavies que irían creciendo durante la siguiente década. Pero ¿quién no firmaría un pacto con el diablo con su propia sangre para volver a ver tanta calidad junta otra vez?